domingo, 19 de febrero de 2012

Las suaves colinas de Kampala (XIX) Poder descansar

Denis, orgulloso y fuerte.
Foto original de Vicente Baos
Sin haber tenido tiempo de recuperarse, Twebaze tuvo que correr con Nabulungi en brazos de nuevo. Al doblar la esquina de los jardines del Hospital, ambos cayeron rodando por la tierra reblandecida y el escaso césped que la cubría. Mirando hacia atrás y sin pararse, Twebaze tiró del brazo de la niña hasta que consiguió ponerse en pie, y arrastrándola, pudiera medio correr por sí misma. Alcanzaron el exterior del recinto hospitalario y agazapados en cuclillas detrás de un seto, esperaron la llegada del coche de Mbazazi. Fueron quince largos minutos en los que Twebaze intentaba calibrar las consecuencias que podían tener para él y Nabulungi haber acudido al Hospital. No va a pasar nada, pensó, nadie sabe nuestros nombres ni de dónde veníamos, probablemente la enfermera olvidará pronto lo sucedido.
El coche apareció despacio por la parte alta de la calle. El tráfico empezaba a aumentar a esa hora y los boda-boda imponían ruidosos el sonido de la ciudad. Twebaze salió de su escondite para hacer una señal con la mano a Mbazazi. Ayudó a levantarse a Nabulungi y entraron en el coche.
- Gracias por venir. No sabía qué hacer y vine al Hospital - dijo Twebze. No hubo respuesta, Mbazazi conducía seriamente.
- Nadie sabe nada, no saben nuestros nombres ni nada de la pelea, no hay porqué preocuparse.
- Cuando lleguemos a la casa hablaremos - contestó lacónicamente Mbazazi.
Nabulungi había mejorado lentamente su nivel de conciencia y escuchaba, en medio de un sopor inevitable, la conversación. Su pensamiento se dirigía a lo que Tagan pensara de ella. Le había fallado. Había recibido un golpe directo que la había anulado. Él, que tantas esperanzas había puesto en ella, se debería sentir defraudado. Tendría que mejorar mucho para ser más fuerte y pelear mejor. Le pediría perdón y prometería que iba a ser incansable en su entrenamiento, que iba a dedicar más y más horas para potenciar sus músculos, su agilidad, que iba a ser la mejor luchadora de Kampala.
Llegaron a la casa de la Nakasero Hill cuando todavía permanecía en silencio. Solo había una persona esperando: Tagan.
- ¿Cómo estás ? preguntó a Nabulungi.
- Mejor, dolorida, perdóname Tagan, no quería que pasara esto.
-Lávate y vete a dormir, ya hablaremos - contestó.
Nabulungi desapareció por el pasillo que llevaba a las habitaciones de las chicas.
Bruscamente, sin que tuviera tiempo ni de esperárselo, la ancha mano de Tagan atrapó por el cuello a Twebaze y lo levantó ligeramente. Muy cerca, sintiendo el aliento en su cara, agarrando con sus manos el fuerte brazo de Tagan, escuchó:
- ¿Quién te dijo que te llevaras a la chica? ¿quién crees que eres? Eres una mierda para aplastar - le dijo al mismo tiempo que incrementaba la presión y oía el quejido ahogado de Twebaze. Soltándole rápidamente, lo arrojó contra la pared dándole una fuerte patada en la espalda. Agazapado y muy asustado, pedía perdón repetidamente.
Nabulungi había podido lavarse y meterse en su cama. Sentía reconfortados todos y cada uno de sus músculos. Tagan no se ha enfadado demasiado. Todavía confía en mí, pensaba mientras el sueño se abría paso en su interior. Dejándose llevar por ese último pensamiento, Nabulungi durmió plácidamente durante más de 12 horas sin que nadie la molestase.

1 comentario:

  1. Una sensacional iniciativa. Si tienes algún video o imagen del tema lo quiero reproducir en ,mi blog

    http://www.noticiadesalud.blogspot.com

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