domingo, 22 de julio de 2012

Las suaves colinas de Kampala (XXVIII) Libres

Mujeres a la puerta de su casa en Kampala
Foto original de Vicente Baos
Amanecía un día radiante cuando Tagan, cansado y algo ebrio todavía, entró en el cobertizo donde supuestamente Nabulungi estaba descansando. Había mandado a varios de sus hombres a recoger a todos los miembros de la casa de Nakasero Hill para retornar a la misma. Con el bullicio de la fiesta todo el mundo estaba disperso, la mayoría dormidos entre los árboles de los jardines de la casa.
- Nabulungi, despierta, es hora de volver - dijo con tono amable al abrir la puerta.
Según penetraba en la estancia se dio cuenta de que la chica no estaba. Se extrañó, pero no pensó en la huida como una posibilidad, más bien que estaría aseándose o algo similar. Salió fuera y recorrió las cercanías acercándose al grupo que se iba juntando para volver a la casa, incluido un humillado Akello cabizbajo y asustado que evitó cruzar su mirada con la de Tagan cuando éste pasó a su lado.
- ¿Está todo el mundo? ¿Habéis visto a Nabulungi? - preguntó al grupo.
- No he visto a Nabulungi ni a Twebaze, el resto estamos todos - contestó uno de los conductores.
Al unir los dos nombres, Tagan sintió un revulsivo en su interior que hizo desaparecer totalmente los restos de alcohol y cansancio que quedaban en su cuerpo.
- ¿No habéis visto a ninguno de los dos? Dad otra vuelta y mirad bien, moved a los que estén dormidos y comprobad que no son ellos - ordenó Tagan con su poderosa voz.
La inquietud se apoderó de él y, al mismo tiempo, el convencimiento de que habían escapado. ¿Cómo se habían atrevido a desplantarle a él y a su grupo? Entre la ira y cierta tristeza por saber lo que tenía que hacer cuando los encontrase, Tagan comenzó a moverse entre los conductores para que abriesen todos los coches y comprobar que no estaban escondidos en ningún lugar. Inspeccionaron las estancias de los jardines y recorrieron el perímetro de la casa para ver si había algún agujero en las alambradas. Convencido de que podían estar todavía escondidos en la finca, revolvió todos los espacios, excepto las habitaciones de la mansión donde era muy improbable que hubieran podido acceder.

Tras más de dos horas de incómodo viaje, con múltiples paradas en los domicilios de las damas, Nabulungi y Twebaze notaron que la furgoneta se paraba y apagaba los motores en el patio interior de una pequeña casa. Su conductor bajó, oyéndose cerrar posteriormente la puerta de la vivienda. Con mucho cuidado, tras cinco minutos de espera, Twebaze abrió suavemente el portón trasero del vehículo. Muy dolorida por la posición y la enorme fatiga de su cuerpo, Nabulungi no pudo evitar exclamar pequeños gemidos de dolor al salir del vehículo y esconderse en el lateral opuesto que quedaba fuera de la vista de la vivienda. La puerta de salida principal estaba cerrada con un candado y los muros rematados por alambre de espino curvo, como casi todas las casas de Kampala. Si la puerta tenía el candado cerrado iba a ser muy difícil salir de allí. Twebaze se acercó descalzo para no hacer ningún ruido. Sí, la puerta estaba bien cerrada. Volvió junto a Nabulungi para decirle que tendrían que esperar a que alguien de la casa saliese para aprovechar y huir.
- Me duele todo, no puedo más, nos van a coger y Tagan nos matará - gimoteó tristemente Nabulungi.
- No pienses así, estamos libres y seguiremos huyendo. En Uganda vive mucha gente, no nos van a encontrar. Escucha: cuando alguien abra la puerta para ir a comprar patakis (tortas de maíz) para el desayuno, le daremos un empujón y saldremos corriendo hacia donde sea hasta ver una calle principal. Nos mezclaremos con la gente y nos perderemos para siempre.
Al amanecer, la vida vuelve a activarse en Uganda, se oyen los vehículos moverse, las motos rugir, los niños prepararándose para ir a la escuela. Un chica joven, acompañada de su madre, apareció en la puerta de la casa. Nabulungi y Twebaze estaban escondidos entre el vehículo y la salida, cerca de la puerta principal y fuera de la vista desde la casa. Justo cuando la madre e hija iban a salir, tras abrir el portón con su candado, los dos huidos aparecieron en tromba. Pidiendo perdón, empujaron a las dos mujeres y salieron corriendo calle abajo por el camino de tierra horadado de profundas grietas producidas por la lluvia. Estupefactas, madre e hija, siguieron con la vista la huida de esos dos jóvenes menudos. Cuando reaccionaron, volvieron a entrar a la casa para comprobar que no les habían robado nada.
Sacando fuerzas que apenas tenían, los fugados dejaron de correr al ver que nadie les perseguía. Aunque su aspecto era lamentable, entre la pobreza general, nadie iba a darse mucha cuenta.

3 comentarios:

  1. Un post muy interesante que narra la triste realidad de ese pais golpeado por la violencia y que no dista mucho a otras realidades de otros pueblos que pasan por una situaciòn similar.Daniela V.

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  2. Vicente, estoy rogando para que resulte esta huida...aunque el futuro es tan incierto...

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  3. Con esto del ébola...es para estremecerse...¿cuántas Nabulungi habrá por ahí en medio de ese peligro?

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