domingo, 19 de agosto de 2012

Las suaves colinas de Kampala (XXXI) El amor perseguido

En el camino
Foto original de Vicente Baos
Kigongo despertó a los agotados fugitivos antes del amanecer.
-Debemos irnos pronto. Yo tengo que volver para trabajar en la ciudad y Kasenda está a más de una hora de aquí. -¿Tienes algo de dinero para la gasolina? -preguntó.
Montaron los tres en el boda-boda y se dirigieron hacia los lagos de Kasenda. A través de un camino de tierra rojiza y ocre claro, rodeado de pequeñas cabañas y gente caminando por sus bordes, fueron avanzando. La vida en África comienza al amanecer, cada uno en su tarea: mujeres cargadas con pesados fardos, niños hacia su escuela, hombres armados de su panga en dirección a los cultivos de matoke o maíz. A primera hora de la mañana, la temperatura es muy agradable y recorrer los caminos a lomos del cómodo asiento de la moto era relajante.
Llegaron a la casa del terrateniente cuando el Sol ya era intenso y había que protegerse de sus efectos. Kigongo presentó a la pareja:
-Mis respetos kojja. Quería solicitar tu ayuda para mi amigo y su esposa. Por determinadas circunstancias han tenido que abandonar Kampala y me han pedido que les ayude a encontrar un lugar para vivir durante un tiempo. He pensado que te puede venir bien otro trabajador en tus campos.
El tío de Kigongo receló de las palabras de su sobrino y preguntó directamente a Twebaze y Nabulungi por qué habían tenido que salir de Kampala.
-La realidad es que el padre de Nabulungi era reacio a nuestro amor. Por eso le pegó una paliza, mire como tiene la cara -aseveró con seguridad Twebaze. Por eso hemos tenido que huir. Nuestra intención es casarnos en la Iglesia, pero los más importante fue huir y preservar nuestro amor lejos de su brutal padre.
Nabulungi miraba de reojo intentando disimular. Bajo la cabeza avergonzada y se limitó a moverla dando la razón a Twebaze.
-Bien...no me gusta recoger fugitivos de nada, aunque sea por el amor, pero veo a la chica muy afectada y esos golpes debieron doler... Está bien, podéis quedaros un tiempo, no más de un mes. Después seguiréis vuestro camino y ojalá encontréis la felicidad -dijo.
Les acompañó a los barracones que servían de alojamiento a los trabajadores. Allí se quedó Twebaze. Nabulungi fue llevada a la zona de sirvientas que preparaban la comida y lavaban la ropa de la numerosa familia del dueño.
Kigongo se despidió de ambos y dejó apuntado su teléfono móvil por si necesitaban algo. Satisfecho consigo mismo y a la vez aliviado, emprendió el camino de regreso a Fort Portal. 
Con la información del Padre Roger, Tagan y Mbazazi había conseguido poner a Kigongo el primero en la lista de los posibles ayudantes de la pareja huida. Con un Toyota Land Cruiser nuevo tardarían pocas horas en llegar a Fort Portal. Había que moverse con celeridad. Tagan estaba muy tenso y quería zanjar este asunto lo antes posible. Si la pista era mala, deberían comenzar de nuevo a investigar y los jefes podrían empezar a hacer preguntas. Tagan quería explicar hechos y no conjeturas, sabiendo que este incidente, aunque lo resolviera, tendría consecuencias negativas para él. Había perdido autoridad.
Preguntando en las calles, dieron con la casa de Kigongo mucho antes de lo que habían pensado. Refrigerados por el aire acondicionado del todoterreno y oyendo la música del Doctor Chameleone esperaron a que llegara.

1 comentario:

  1. Ohhhhh....¿podrá Kigongo dar una explicación convincente...o mentir sin que queden dudas?

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