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domingo, 8 de enero de 2012

Las suaves colinas de Kampala (XIV) El precio


Los chavales que estaban peleando en el cuadrilátero lo hacían francamente mal. Golpes sueltos que no alcanzaban su objetivo, directos que contactaban suavemente, abrazos en el centro del ring que el árbitro separaba rápidamente. El público comenzó a silbar y a abuchear a los combatientes. Tagan mostraba una cara iracunda en su esquina. Los organizadores habían insistido mucho en que las peleas de los jóvenes debían dar un nuevo impulso al negocio. Llevaban meses invirtiendo dinero en el entrenamiento de los chicos y no era esto lo esperado. Tagan sabía lo que eso podía significar. Transcurridos dos aburridos asaltos, los boxeadores sudaban pero no había ningún signo de la ferocidad anunciada.
- Mira muchacho - dijo Tagan a Kaguta, uno de los combatientes. No está funcionando bien la pelea. ¡Quiero que le mates! ¿Entiendes? Si no vas a por él, a machacarle, tú no llegas vivo esta noche a la casa. ¿Estás o no de acuerdo?
Tagan había procurado no subir la voz, pero sus palabras cerca del oído de un niño de 14 años no podían ser más claras y amenazantes. La pelea se reanudó. Ambos contendientes habían recibido un mensaje semejante. Nada más salir,  comenzaron a golpearse desordenadamente, con agresividad y ganas de hacer daño. Kaguta vio que tenía que defenderse mejor, dado que su oponente era más corpulento. Empezó a pensar antes de golpear mientras que el otro boxeador solo intentaba lanzar ganchos y directos. Kaguta doblaba sus piernas, daba pasos rápidos hacia atrás y hacia delante, evitaba todos los golpes. Cuando su adversario se paró jadeando en el centro de la pista, Kaguta preparó, echando el brazo hacia atrás, un gancho que impactó directamente sobre el ojo del contrario que cayó bruscamente al suelo. Sangraba por la ceja izquierda y apenas podía abrir el párpado. El público, que había vuelto a retomar el interés por la pelea, jaleó a Kaguta haciendo la señal de muerte de los gladiadores: el pulgar hacia abajo. Mientras ayudaban a levantarse al otro muchacho, Kaguta era aupado en brazos por Tagan, izándole como a un bebé que se muestra al público. "Bien hecho, por hoy te has salvado" - le susurró al oído. 
Twebaze había observado la pelea desde el fondo del local. Se había dado cuenta de las amenazas de Tagan para que combatiera con ganas. Él había visto y vivido muchas peleas en la calle, golpes inconexos y agarrones con caídas al suelo que acababan con algún rasguño. No había vivido ninguna pelea seria, pero recordaba la mirada del chico que le amenazó con el frasco de ácido. Aquel muchacho sí habría sido capaz de matarle. En sus ojos estaba la determinación de matar si era necesario. Pensaba en Nabulungi. Pronto le iba a tocar salir al ring. ¿De quién sería la sangre derramada? Sin darse cuenta, una profunda tristeza le conmocionó. Su hermana Tissa también había pagado un precio con su sangre. El precio de la brutalidad.

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