domingo, 29 de enero de 2012

Las suaves colinas de Kampala (XVI) Directos

Jugar juntos. Foto original de Vicente Baos

Sudor, calor, bebidas frías, apretones de manos, abrazos. El público estaba pasándolo bien. En los descansos de los combates, la música sonaba muy fuerte. Los más animados y jóvenes bailaban en una zona libre de sillas. Las apuestas se habían revitalizado al ver el coraje de las dos combatientes, una alta y desgarbada, pero con brazos de movimientos eléctricos; otra más menuda pero de gran agilidad que se escurría de los golpes dirigidos. Tagan miraba de reojo al público. Comprobar que la apuesta por el boxeo de las chicas funcionaba era importante para él y para el negocio. El segundo asalto fue anunciado y la campana dio paso a la pelea.
Nabulungi empezó atacando a la zona de las costillas, siguiendo el consejo de Tagan. Mientras que la otra combatiente se defendía, una idea vino a su mente. Si el combate es a sangre, solo finalizará cuando aparezca sangre en alguna parte del cuerpo. Si sigo golpeando sus costillas y el abdomen no produciré ninguna hemorragia. La cara, y sobre todo las cejas, son el objetivo. También la boca. Pensar una estrategia y golpear al mismo tiempo no es tarea fácil. La rapidez de reflejos y de pensamiento para defenderse es fundamental. Por ello, Nabulungi, que había descuidado proteger su cara, recibió un directo en el pómulo derecho que la hizo dar tres pasos hacia atrás con los brazos bajados. Tagan se levantó de su asiento alarmado. 
Twebaze seguía atentamente la pelea. Miraba alrededor y veía las caras abotargadas por el alcohol y el tabaco de los espectadores. Desde lejos, solo apreciaba el movimiento ligero y nervioso de las combatientes. No podía imaginar que cada golpe en sus menudos cuerpos pudiera provocar daño, parecía más una danza ridícula, en pantalón corto y camiseta holgada, que interpretaban dos jóvenes bailarinas con grandes bolas rojas en cada mano, sus guantes. Sin embargo, el golpe directo que desplazó hacia atrás a Nabulungi sí lo percibió como dañino y doloroso. Él mismo dio un respingo. Nabulungi podía haber caído. ¿Tendría sangre? pensó en ese momento. 
El tercer asalto debería ser el definitivo. Todavía quedaban dos peleas más de chavales y la jornada se estaba alargando. Tagan dio instrucciones a Nabulungi:
- Ha llegado la hora. Debes partirla el labio o la ceja con un golpe seco y directo, muy fuerte. Para ello, tienes que hacerle bajar la guardia. Vete al bajo vientre y dale un buen gancho, cuando baje los brazos, dale directo, no un gancho sino un directo al labio. Si va bien dirigido, con un solo golpe le harás sangre. ¡Es tu momento! - proclamó Tagan
- Lo intentaré - jadeaba Nabulungi. Es un poco alta para mí - respondió.
- Más te vale - contestó secamente Tagan.
Nabulungi conocía ese cambio de tono de Tagan. Sabía como decirlo seriamente. Impresionaba la sutil amenaza que traía ese tipo de respuesta. Rodeada por su propio jadeo y el ruido de la sala, aturdida por la música y el humo del tabaco, supo ver que entre los buitres y su festín solo podía haber un animal herido de muerte.

5 comentarios:

  1. El martes, que atendí a 6 pacientes senegaleses que estaban en la lista de consulta a demanda en atención primaria, me acordé muchísimo de este blog.

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  2. Me parece increible la brutalidad de este relato.

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  3. Es una ficción inspirada en situaciones reales.
    Saludos

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  4. Un relato impactante!!! la realidad siempre supera la ficción.. La fotografía preciosa, me encanta.
    Saludos y muchas gracias

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