domingo, 26 de febrero de 2012

Las suaves colinas de Kampala (XX) Una lluvia oscura

Buscando agua. Foto original de Vicente Baos 
El intenso aguacero repiqueteó en el tejado durante todo el día. Un agua oscura que anunciaba el inicio de la época de lluvias, que entristecía y refrescaba el ambiente, que teñía de un marrón arcilloso los lechos espontáneos por los que drenaba y arrastraba la suciedad, y que provocaba que los zapatos quedasen ribeteados de barro espeso. La casa había estado muy tranquila todo el día. Nabulungi despertó cuando sus compañeras de cuarto se preparaban para salir, muy arregladas, con unos zapatos aparatosos y unas faldas muy cortas. Desde su cama veía sus preparativos, rutinarios, sin ninguna alegría, azuzadas por la señora Mama-Ji, la diosa Kali de la casa. Mama-Ji se encargaba del cuidado de todas las chicas, como su homónima hindú -ése era su origen- mantenía su mundo en orden. Era una diosa triple: creaba, mantenía y destruía. Cuando estaban a punto de salir, Tagan y Mbazazi entraron el habitación. 
- Nabulungi, levántate. Ahora vas a venir con nosotros y con las chicas - dijo Tagan.
Mientras se vestía y arreglaba en el baño, vio su cara  hinchada y un labio desgarrado y costroso que dolía al lavarlo. El cuerpo estaba muy magullado y caminar hasta allí había sido un suplicio. Aún así, no dijo nada y puso buena cara, mirando a Tagan  e intentando descubrir si estaba enfadado o no. Por el cristal del baño, vio a Twebaze barriendo sacando el  agua retenida del patio. De refilón, ambos, dándose cuenta de que se estaban observando, dirigieron sus miradas a través de la ventana entreabierta del baño, y mutuamente descubrieron sus caras asustadas, desvalidas e impotentes.
Subieron todos y se sentaron apretados en la furgoneta, en un silencio roto por el dance hall de Batabazi. Mientras sonaba una canción tras otra, la música iba aumentando su poder de anular los pensamientos mediante ese ritmo repetitivo que hace que muevas el cuerpo lentamente, con un balanceo hipnótico entre  las voces agudas femeninas y su grave contrapunto  masculino. 
Llegaron a una de las plazas centrales de la ciudad, muy cerca de donde se ubica el Ministerio del Interior, con sus policías apostados en tanquetas y sus iluminadas aceras, cerca de los hoteles de lujo y sus cuidados jardines desde donde se oían, lejanas, la música y las voces.
Mientras las chicas iban bajando con Mama-Ji, Tagan se dirigió a Nabulungi:
- Hemos venido para que veas una cosa. Tus compañeras vienen aquí cada noche para estar con hombres que pagan dinero. Al principio duele y no te gusta, pero luego te acostumbras y sobre todo, no tienes más remedio ¿Entiendes de que te hablo?
- Sí, dijo con una voz que sonó más infantil de lo habitual. Una voz amortiguada por la sequedad de su boca, por el recuerdo de las veces en que algún hombre en la calle había intentado agarrarla y solo su velocidad y destreza  le habían permitido librarse. De repente, toda la ilusión con la que había deseado  tener éxito como luchadora se había derrumbado, y pensó de qué manera había intentado engañarse con la idea de que una niña de la calle podía tener otro destino distinto a la miseria y la prostitución. No pudo evitar romper a llorar, taparse la cara con vergüenza y agazaparse en el asiento. Tagan, fríamente, le dijo:
- Volvemos a la casa. Ya sabes en qué tienes que pensar. Solo habrá una segunda oportunidad, sino, tu entrenamiento, tu alimentación, todo lo que nos ha costado mejorar tu escuálido cuerpo servirá para otra cosa. Luego volveremos a recoger a las chicas. Así te podrán contar qué tal les ha ido la jornada. 
El vehículo reanudó su marcha camino de la casa. Pararon en una gasolinera y compraron cervezas. Animadamente, contando historias de mujeres y bebiendo, Tagan y Mbazazi hicieron todo el recorrido, Al llegar, Twebaze seguía barriendo un más que limpio patio. Tagan le dijo:
- Ya sabes lo que tienes que hacer toda la noche. No quiero ni una gota de agua o de barro. 
Riendo, entraron en la casa. 

2 comentarios:

  1. Vicente, escribes bien, y describes mejor...pero la esperanza se me derrumbó igual que a Nabulungi...

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  2. Muchas gracias Gabriela. No desvelo el final.

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