Juan Gervás ha publicado en la revista Gaceta Médica de Bilbao un interesante artículo sobre las actividades sanitarias que, aunque puedan ser bienintencionadas, pueden ocasionar una mayor daño que beneficio.
Puesto que no hay intervención sanitaria sin riesgos (por muchos beneficios que aporte) siempre conviene la prudencia y el rigor científico para evitar las cascadas diagnósticas y terapéuticas innecesarias. Prudencia y rigor que evitarían la mezcolanza de la moral y de la ética con la estadística y la prevención, y la transformación de hallazgos menores en obligaciones profesionales, como sucede en muchos protocolos y guías clínicas. Es difícil mantenerse firmes frente a la doble presión, la científica-técnica y la social, que genera el caldo de cultivo necesario para la aceptación acrítica de tantas actividades de dudoso valor, con la expectativa general de lograr una “feliz y eterna juventud”, o casi.
La Medicina puede hacer mucho bien, pero puede también hacer mucho daño, más por acción que por omisión. En este sentido, el médico bien formado, con su recto proceder y con su conciencia viva, es la última barrera que le queda al paciente y a la sociedad frente a una presión que “explota” el deseo inveterado de la eterna juventud.
La medicalización de la vida diaria se está convirtiendo en un problema respecto a los derechos humanos, y sorprende ver que en la era del refinamiento de la demanda, de la autonomía del paciente y de la libertad de elección, la sociedad acepta casi sin protestas ese abuso contra los derechos de las personas.
Éstas y otras interesantes frases podéis encontrarlas en el artículo completo.
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