domingo, 27 de noviembre de 2011

Las suaves colinas de Kampala (VIII) Nabulungi

Niña y puerta
Foto original de Vicente Baos

Tres meses después.
Nabulungi, la única chica del grupo, había destacado por ser la más fuerte y voluntariosa. No podía competir con Kizza, el mayor y más bruto, pero en coraje y ganas de vencer no la superaba nadie. Nabulungi estaba comiendo mejor que nunca. Había pollo cada 3 días, y ese manjar era un privilegio que no había tenido nunca. Había más arroz que matoke, y la banana no falta en cada comida. Dormía en una habitación aparte con otras chicas más mayores. No la hablaban mucho y llegaban tarde por la noche. Siempre estaban cansadas. Alguna le había dicho que mientras fuera buena peleando, la dejarían en paz y no iría con las mayores. No acababa de entender lo que significaba, pero comprendía que debía seguir demostrando que era buena para la pelea. Por eso había ido allí, Big Taata se lo había dicho al despedirse: "Aprende a defenderte, si eres fuerte y peleas bien, las cosas irán a tu favor". Pero Nabulungi echaba de menos a sus amigas y a esa madre que había visto por última vez cuando un boda-boda las embistió al cruzar la calle. Su madre recibió todo el golpe, mientras ella se salvaba al soltarse de la mano. La policía recogió el cuerpo de su madre y ella quedó, olvidada, llorando en la acera. Pudo volver a su casa andando, pero no tenía la llave del candado de la puerta y pasó la noche en el exterior, sollozando, agotada y hambrienta. Un grupo de jóvenes pasó por delante a la mañana siguiente. La preguntaron que había pasado. Al decirles que su madre había muerto, decidieron romper el candado y saquear la pequeña estancia: una radio a pilas, unos pequeños ahorros, una ropa desgastada, toda la vida resumida en unos pocos objetos. Nabulungi comenzó la difícil vida de una huérfana en la calle. 
Twebaze había cobrado una cantidad de dinero menor de lo que él había pensado. "Nos ha costado mucho dinero pagar a Big Taata. Si quieres ganar más, tienes que conseguir tú a los niños, sin intermediarios", le había dicho Mbazazi al darle el dinero. Visitaba frecuentemente la casa de Nakasero Hill y asistía a los entrenamientos. En un garaje amplio, había un ring. Alrededor, pesas, espalderas, sacos colgados, todos los elementos de un gimnasio donde se entrenaban boxeadores de diferentes edades, chicos jóvenes y bastantes adultos. La única chica que había visto en el gimnasio era Nabulungi. 

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