Florencia. Febrero 2015 |
Una gran lección.
Los simuladores.
Anton Paulovich Chejov
Marfa Petrovna, la viuda del general Pechonkin, ejerce, unos
diez años ha, la medicina homeopática; recibe los martes por la mañana a los
aldeanos enfermos que acuden a consultarla.
Es una hermosa mañana del mes de mayo. Delante de ella,
sobre la mesa, se ve un estuche con medicamentos homeopáticos, los libros de
medicina y las cuentas de la farmacia donde se surte la generala.
En la pared, con marcos dorados, figuran cartas de un homeópata
de Petersburgo, que Marfa Petrovna considera como una celebridad, así como el
retrato del padre Aristarco, que la libró de los errores de la alopatía y la
encaminó hacia la verdad.
En la antesala esperan los pacientes. Casi todos están
descalzos, porque la generala ordena que dejen las botas malolientes en el
patio.
Marfa Petrovna ha recibido diez enfermos; ahora llama al
onceno:
-¡Gavila Gruzd!
La puerta se abre; pero en vez de Gavila Gruzd entra un
viejecito menudo y encogido, con ojuelos lacrimosos: es Zamucrichin,
propietario, arruinado, de una pequeña finca sita en la vecindad.
Zamucrichin coloca su cayado en el rincón, se acerca a la
generala y sin proferir una palabra se hinca de rodillas.
-¿Qué hace usted? ¿Qué hace usted, Kuzma Kuzmitch? -exclama
la generala ruborizándose-. ¡Por Dios!...
-¡Me quedaré así en tanto que no me muera! -respondió
Zamucrichin, llevándose la mano a los labios-. ¡Que todo el mundo me vea a los
pies de nuestro ángel de la guarda! ¡Oh, bienhechora de la Humanidad! ¡Que me
vean postrado de hinojos ante la que me devolvió la vida, me enseñó la senda de
la verdad e iluminó las tinieblas de mi escepticismo, ante la persona por la
cual me hallaría dispuesto a dejarme quemar vivo! ¡Curandera milagrosa, madre
de los enfermos y desgraciados! ¡Estoy curado! Me resucitaste como por milagro.
-¡Me... me alegro muchísimo!... -balbucea la generala
henchida de satisfacción-. Me causa usted un verdadero placer... ¡Haga el favor
de sentarse! El martes pasado, en efecto, se encontraba usted muy mal.
-¡Y cuán mal! Me horrorizo al recordarlo -prosigue
Zamucrichin sentándose-; se fijaba en todos los miembros y partes el reuma.
Ocho años de martirio sin tregua..., sin descansar ni de noche ni de día.
¡Bienhechora mía! He visto médicos y profesores, he ido a Kazan a tomar baños
de fango, he probado diferentes aguas, he ensayado todo lo que me decían... ¡He
gastado mi fortuna en medicamentos! ¡Madre mía de mi alma!
"Los médicos no me hicieron sino daño, metieron mi
enfermedad para dentro; eso sí, la metieron hacia dentro; mas no acertaron a
sacarla fuera; su ciencia no pasó de ahí. ¡Bandidos; no miran más que el
dinero! ¡El enfermo les tiene sin cuidado! Recetan alguna droga y nos obligan a
beberla! ¡Asesinos! Si no fuera por usted, ángel mío, hace tiempo que estaría
en el cementerio. Aquel martes, cuando regresé a mi casa después de visitarla,
saqué los globulitos que me dio y pensé: «¿Qué provecho me darán? ¿Cómo estos
granitos, apenas invisibles, podrán curar mi enorme padecimiento, extinguir mi
dolencia inveterada?» Así lo pensé; me sonreí; no obstante, tomé el granito y
momentáneamente me sentí como si no hubiera estado jamás enfermo; ¡aquello fue
una hechicería! Mi mujer me miró con los ojos muy abiertos y no lo creía.
«¿Eres tú, Kolia?», me preguntó. «Soy yo», y nos pusimos los dos de rodillas
delante de la Virgen Santa y suplicamos por usted, ángel nuestro: «Dale, Virgen
Santa, todo el bien que nosotros deseamos»."
Zamucrichin se seca los ojos con su manga, se levanta e
intenta arrodillarse de nuevo; pero la generala no lo admite y lo hace sentar.
-¡No me dé usted las gracias! ¡A mí, no! -y se fija con
admiración en el retrato del padre Aristarco-. Yo no soy más que un instrumento
obediente... Usted tiene razón, ¡es un milagro! ¡Un reuma de ocho años, un
reuma inveterado y curado de un solo globulito de escrofuloso!
-Me hizo usted el favor de tres globulitos. Uno lo tomé en
la comida y su efecto fue instantáneo, otro por la noche, el tercero al otro
día, y desde entonces no siento nada. Estoy sano como un niño recién nacido.
¡Ni una punzada! ¡Y yo que me había preparado a morir y tenía una carta escrita
para mi hijo, que reside en Moscú, rogándole que viniera! ¡Es Dios quien la
iluminó con esa ciencia! Ahora me parece que estoy en el Paraíso... El martes
pasado, cuando vine a verle, cojeaba. Hoy me siento en condiciones de correr
como una liebre... Viviré unos cien años. ¡Lástima que seamos tan pobres! Estoy
sano; pero de qué me sirve la salud si no tengo de qué vivir. La miseria es
peor que la enfermedad. Ahora, por ejemplo, es tiempo de sembrar la avena, ¿y
cómo sembrarla si carezco de semillas? Hay que comprar... y no tengo dinero...
-Yo le daré semillas, Kuzma Kuzmitch... ¡No se levante, no
se levante! Me ha dado usted una satisfacción tal, una alegría tan grande, que
soy yo, no usted, quien ha de dar las gracias.
-¡Santa mía! ¡Qué bondad es ésta! ¡Regocíjese, regocíjese
usted, alma pura, contemplando sus obras de caridad! Nosotros sí que no tenemos
de qué alegrarnos... Somos gente pequeña..., inútil, acobardada... No somos
cultos más que de nombre; en el fondo somos peor que los campesinos... Poseemos
una casa de mampostería que es una ilusión, pues el techo está lleno de
goteras... Nos falta dinero para comprar tejas...
-Le daré tejas, Kuzma Kuzmitch.
Zamucrichin obtiene además una vaca, una carta de
recomendación para su hija, que quiere hacer ingresar en una pensión. Todo
enternecido por los obsequios de la generala rompe en llanto y saca de su
bolsillo el pañuelo. A la par que extrae el pañuelo deja caer en el suelo un
papelito encarnado.
-No lo olvidaré siglos enteros; mis hijos y mis nietos
rezarán por usted... De generación a generación pasará... «Vean, hijos, les
diré, la que me salvó de la muerte, es la...» Después de haber despachado a su
cliente, la generala contempla algunos momentos, con los ojos llenos de
lágrimas, el retrato del padre Aristarco; luego sus miradas se detienen con
cariño en todos los objetos familiares de su gabinete: el botiquín, los libros
de medicina, la mesa, los cuentos, la butaca donde estaba sentado hace un
momento el hombre salvado de la muerte, y acaba por fijarse en el papelito
perdido por el paciente. La generala lo recoge, lo despliega y ve los mismos
tres granitos que dio a Zamucrichin el martes pasado.
-Son los mismos... -se dice con perplejidad- hasta el papel
es el mismo. ¡Ni siquiera lo abrió! En tal caso, ¿qué es lo que ha tomado? ¡Es
extraordinario! No creo que me engañe...
En el pecho de la generala penetra por primera vez durante
sus diez años de práctica la duda... Hace entrar los otros pacientes, e
interrogándolos acerca de sus enfermedades nota lo que antes le pasaba
inadvertido. Los enfermos, todos, como si se hubieran puesto de acuerdo,
empiezan por halagarla, ensalzando sus curas milagrosas; están encantados de su
sabiduría médica; reniegan de los alópatas, y cuando se pone roja de alegría,
le explican sus necesidades. Uno pide un terrenito, otro leña, el tercero
solicita el permiso de cazar en sus bosques, etc. Levanta sus ojos hacia la faz
ancha y bondadosa del padre Aristarco, que le enseñó los senderos de la verdad,
y una nueva verdad entra en su corazón... Una verdad mala y penosa... ¡Qué
astuto es el hombre!
FIN
LOS TRILEROS
ResponderEliminarRicky, el protagonista de la novela "El analista" escrita por John Katzenbach, se congratula comprobando las maravillas que obra la ingesta por parte de un atrítico anciano haitiano de Puerto Príncipe de la "superaspirina" VIOXX.
Merck solventa los problemas causados por su medicamento VIOXX, incluidas las muertes de entre 50.000 y 90.000 personas, con una multimillonaria indemnización. Por supuesto inferior en cuantía a los ingresos obtenidos por la comercialización del medicamento, tras haber ocultado información no demasiado favorable a sus intereses.
Según Mijaíl Kilev, Doctor búlgaro en ciencias militares, "Se anunció en la prensa que el Senado de los Estados Unidos había aprobando el proyecto de presupuesto para 1998, otorgando 30 mil millones de dólares para las estructuras de información. Esta suma, dos veces más importante que el proyecto de presupuesto militar para 1998 de Rusia, será invertida para asentar la hegemonía del imperialismo americano." (ensayo "JRUSCHOV Y LA DISGREGACIÓN DE LA URSS").
En España se conoce como "fondo de reptiles" el que se utiliza para gratificar servicios prestados por "creadores o líderes de opinión" entre otros.
Haití fue la segunda colonia europea en América, tras EE.UU., en lograr su independencia. A diferencia de la primera, quienes lo lograron eran negros esclavos. Todavía hoy siguen pagando muy cara su osadía.