lunes, 12 de septiembre de 2011

Una gota en el desierto

La consulta de Kasenda
Foto original de Vicente Baos
En este mundo globalizado, es fácil desplazarse de un punto a otro del planeta - siempre que seas occidental y con dinero suficiente - y observar las inmensas diferencias que pueden existir entre nosotros. El sufrimiento humano, el dolor, el miedo a la enfermedad, la discapacidad y sus limitaciones son universales, las siente cualquier persona en aquel lugar del mundo donde le haya tocado vivir. Sin embargo, el abismo entre las posibilidades de sobrevivir, o de simplemente vivir con unas condiciones dignas, es enorme. La pobreza y la enfermedad vienen determinadas por entornos físicos y estructuras sociales y culturales que a lo largo de la historia de la Humanidad se han ido modificando, y unos lugares han resultado ganadores y otros perdedores. África, en general, siempre ha estado en el lugar de los perdedores.
Las condiciones que permitan el acceso a un agua limpia y a una alimentación variada son la primera premisa para mejorar la salud de las poblaciones, y eso no es un problema médico, es un problema económico y de organización social. La planificación familiar es una tarea imprescindible para garantizar la supervivencia de sus habitantes, tanto económica como sanitaria. Los jóvenes ugandeses conocían la necesidad de usar preservativo, pero no tenían acceso fácil, gratuito o barato, al mismo. La mayoría de las mujeres del la Uganda rural tenían de 7 a 8 hijos, en un país con una mortalidad en menores de 5 años de 128 por 1000 nacidos. 
Llevar a cabo una actividad sanitaria de forma individual en una comunidad rural de Uganda ha supuesto para mí una gran experiencia personal, en el aspecto médico y vital, pero para los habitantes de Kasenda ha sido una mínima gota de agua en un desierto. La limpieza y curación de heridas infectadas por la falta de las mínimas condiciones de higiene, supondrá una tregua en la aparición de nuevas infecciones. El diagnóstico de patologías susceptibles de corrección quirúrgica que no se podrán realizar, no aporta una gran ventaja al enfermo. La recomendación de tratamientos con fármacos muy baratos pero que no son accesibles allí, supone una gran frustración para el médico y para el paciente que espera ansioso que le aportes algo de luz a su sufrimiento. Creo, honestamente, que al viajar allí y compartir con ellos su vida, nosotros, los médicos occidentales, recibimos más que damos.
Una gota, hace poco, muchas gotas hacen algo más. Muchos compañeros me han manifestado su interés en realizar tareas similares, si fuera posible. El modelo de voluntariado de las grandes organizaciones (Médicos sin Fronteras, Médicos del Mundo...) se vuelca en proyectos estables que sí tienen impacto en la salud de la zona. Es imprescindible una logística amplia para realizar tareas completas y duraderas, pero creo que existe un potencial de colaboración de muchos profesionales sanitarios que pueden dedicar sus tiempos de vacaciones a estas tareas, sin abandonar durante largos periodos de tiempo su vida cotidiana. Sería bueno favorecerlo. 
El contacto directo con una sociedad llena de carencias es instructivo. El dolor ajeno no se vive a través de los medios de comunicación. Nos hace ser más solidarios, nos enseña a respetar a todo ser humano, nos hace sentirnos más habitantes de este injusto planeta, y además, menos tolerantes con las estructuras sociales, económicas y religiosas que perpetúan la injusticia y la discriminación.
Gracias a los ugandeses con los que he compartido este tiempo por haberme aportado mucho más de lo que yo he podido hacerlo. 

1 comentario:

  1. Desde la sombra he seguido las crónicas de tu viaje, que ciertamente me han hecho reflexionar. Soy R1 de familia y algún día me gustaría embarcarme en un viaje similar.
    Seguiré pasando por aquí.

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