Javier Reverte es un excelente escritor de libros de viajes. Sin visitar África, el río Amazonas, el río Yukon en Alaska, la Grecia interior y otros muchos lugares; la lectura de sus libros me han transportado con todo lujo de detalles: históricos, sociales y personales a estos lugares. En el libro
El Río de la Desolación, un viaje por el Amazonas, Javier nos cuenta la grave malaria que sufrió durante su viaje, de la salió vivo de milagro. A los que no conozcan a este autor y sus libros, les animo a
viajar con la imaginación, dado que con el dinero no será muy posible.
El frío me vencía. Me bajé de la hamaca, me acerqué a la de Uri y le desperté: -¿Tienes frío? - No. El aire es caluroso. Bajé a la cubierta inferior y me aproximé a la escalera que llevaba a la sala de máquinas. Veía allí dentro sudar a los operarios y una vaharada de aire caliente trepaba por la escalera, Me acurruqué allí, intentando recuperar la temperatura de mi cuerpo.
Estaba infectado de Plasmodium falciparum, la clase de malaria que produce el cien por cien de las muertes. Llevaba nueve días con la enfermedad a cuestas, mis riñones habían cesado de funcionar y mi sangre estaba invadida de urea. Tan sólo cabía intentar una o dos hemodiálisis de emergencia, transfusiones de sangre y encomendar luego mi vida a Dios o al Diablo. Lo supe más tarde, claro: cómo maldije después al médico colombiano de Santarém. un tal Edgar Bueno que me diagnosticó dengue y me hizo perder nueve días de tratamiento. Entre los vapores que rodeaban mi cerebro, oí decir a mi mujer: "Tus hijos y tu hermano vienen de Madrid. Dicen los médicos que eres muy fuerte". No pensé en la muerte: en ese momento, me encontraba incapcitado para tener ningún tipo de idea.
Vi en en mis alucinaciones a la bacteria de la malaria, muy semejante a como me la había descrito Patarroyo semanas antes en Leticia: un bicho en forma de pera, blando, grasiento, ciego...que avanzaba dentro de mí, haciendo estallar glóbulos rojos, como si jugara con ellos, para luego devorarlos. Yo no lo sentía enemigo ni desagradable. Hacía bien su trabajo, eso era todo.
La sala de la UCI, de unos ochenta metros cuadrados, tenía doce camas y todas estaban ocupadas por pacientes. el número de enfermeros y médicos era el doble, más o menos que el de enfermos, y rotaban en forma constante. Había una habitación aneja en la que por la noche podían dormir los galenos de guardia.
Podía ver los movimientos de mi pulso reflejados en la pantalla que había sobre la cama. Ese nimio asunto daba fe de que estaba vivo.
No sé si Manuel Patarroyo le describió al P. falciparum como ciego y grasiento, pero seguro que no olvidó que era protozoo y no bacteria. También le debió explicar que, pese a su extraordinaria gravedad, no todos los pacientes mueren. De ser así, y dado el todavía limitado acceso a tratamientos eficaces, en la mayoría de países afectados, su impacto sería aun mayor.
ResponderEliminarLicencias literarias, claro.
Si alguien queire leer una descripcion de un ataque de malaria que la busque en EBANO de Rischar Kapuchinski (seguro que hay algun error en el nombre) aunque en la que comentas hay datos interesantes sobre las complicaciones, a pesar de que en Sudamerica es mayoritaria la otra malaria, la menos mala.
ResponderEliminarPor cierto decir que es una becteria es un poco "grave", ¿no?
Conozco al autor, leí el libro y viajé por el Amazonas en Perú y en Brasil.
ResponderEliminarEs una extraordinario persona, excelente escritor (ahí todos sus libros) y una maravillosa experiencia navegar por ese río.
Felicidades Vicente por traerlo acá.
Tenéis razón en la "bacteria de la malaria". Disculpadle, es de Letras.
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios