domingo, 12 de agosto de 2012

Las suaves colinas de Kampala (XXIX) Esconderse lejos

Joven muchacha
Foto original de Vicente Baos
Nabulungi y Twebaze alcanzaron la esquina de una calle donde se agrupaban taxis y boda-boda. A voz en grito, los cobradores de los taxis indicaban el destino de su vehículo. Cuando se hubiera llenado, saldrían para él. Twebaze llevaba encima todos sus ahorros, no más de 5000 ushies y pagó los 15 de cada uno para el trayecto hasta la estación de autobuses. Sabía que era importante salir de la ciudad pronto. Una vez que Tagan fuese consciente de que habían huido, mandaría gente a vigilar los autobuses que saliesen de la ciudad y a rastrear los posibles escondites en el Black Hole. Había que irse lejos y diluirse en la poblada Uganda.
Tagan había llegado a la casa de Nakasero Hill y estaba revolviendo en las escasas pertenencias de Nabulungi y Twebaze. Nada, ninguna pista, nada escrito que indicase donde podían haberse escondido o dirigirse. La vida de los pobres va dejando poca huella a su alrededor. Nervioso y cada vez más enfadado, todavía no había contado a nadie importante lo que había sucedido. Tenía que arreglarlo él. Varias personas le habían preguntado sobre sus planes para promocionar a Nabulungi en los circuitos de boxeo. Muchos veían posibilidades de negocio con el espectáculo de una chica tan combativa.
- Corre, no te separes de mí. Vamos a coger el primer autobús que salga hacia Fort Portal. Conozco a alguien que nos podrá ayudar - dijo Twebaze arrastrando con su mano a Nabulungi.
El autobús estaba casi lleno. Pagó los 200 ushies por cada uno y se sentaron en la parte de atrás que todavía estaba libre. Cuando se llenó, el autobús comenzó a avanzar entre las calles llenas de gente que se incorporaban a los miles de pequeños negocios y actividades de la ciudad. Por fin, después de muchas horas, se sintieron tranquilos para poder dormir la mayor parte del viaje de 5 horas que les esperaba.
Tagan golpeó con fiereza el saco de entrenamiento. Gruñó y maldijo. Después de varios golpes, se serenó y empezó a pensar en la mejor manera de dar con los fugitivos. Una aguja en un pajar. Unos desesperados en un país de desesperados. Dos jóvenes en un país lleno de jóvenes. Llamó a Mbazazi y le instruyó para que contactara con toda la gente que pudiera en las principales ciudades de Uganda. No las más alejadas, sino las más importantes. También le pidió que hablara con el Big Taata para que rastreara el black hole y le dijera si habían pasado por allí para ver a antiguos amigos de Nabulungi. Le insistió que se enterase de algo más de la vida de Twebaze, sus contactos, amigos, dentro y fuera de Kampala, para controlar ese campo. Le dijo que habría una recompensa para quién diera datos fiables para localizarles (20.000 ushies) una cantidad tentadora que Tagan pondría de su bolsillo. Sabía que ahora solo podía tender la red donde iban a caer los molestos mosquitos en que se habían convertido los fugitivos. Jamás se había escapado un chico o una chica de la casa, y los disconformes o inadaptados lo pagaban caro, Wemusa no había tenido tiempo de darse cuenta. Los demás sí. 
La estación de autobuses de Fort Portal es una rotonda donde paran los vehículos llena de bares y tiendas. Nabulingi y Twebaze salieron rapidamente nada más llegar. Sin equipaje, con la ropa sucia y entumecidos de haber dormido en el autobús, avanzaron por las calles en la dirección de un antiguo conocido de Twebaze que sobrevivía gracias a lo que ganaba con un boda-boda. Cuando llegaron, no estaba en su casa. Los vecinos le dijeron que volvía al anochecer, sobre las 6 y media de la tarde, que estaría trabajando por las calles. Se sentaron en su puerta. Twebaze fue a buscar algo para comer: salchichas, patakis y matoke. En ese momento no podían hacer nada más.   

2 comentarios:

  1. De imaginarme a esa niñita golpeada, llena de moretones, asustada, y con tan incierto futuro...temiendo ser localizada, en un mundo en que por pocas monedas cualquiera se vende...creo que no hay posibilidades de salir airosa...

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  2. Gracias por tu fidelidad, Gabriela. Espero que el final no te defraude.

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