En las últimas semanas, todos los noticiarios televisivos o radiofónicos abren su sumario con la llegada en patera, a través de un barco de ONG, salto de las vallas metálicas de las ciudades españolas africanas, de personas procedentes del África subsahariana. En ese conjunto de hombres y mujeres que iniciaron su viaje hace mucho tiempo (dos años de media) se combinan todas las motivaciones del ser humano para emigrar. Desde las más crueles, como puede ser los que proceden de países en conflicto grave hasta aquellos en los que su motivación es claramente el deseo de prosperar y mejorar su situación personal. Este viaje lo intentan los más fuertes, los más decididos. Es difícil pensar que ignoran los riesgos y los peligros más que reales que van a sufrir, también pueden saber que las sociedades europeas no les desean en su territorio; aún así, pensar y desear un futuro mejor que el esperado en su país es un potente motor, es como el que compra lotería aún sabiendo las pocas probabilidades que tiene de que le toque. El deseo, la esperanza son los grandes motivadores del ser humano para intentar, incluso lo que parece imposible.
Los negros africanos en nuestro país, a diferencia de antiguas colonias como Francia y Reino Unido que facilitaron la inmigración procedente de África o del Caribe en décadas previas, nunca han recibido la menor facilidad para una inmigración ordenada. Marroquíes en los años 70 y 80, ecuatorianos, peruanos, rumanos, búlgaros en los años 90 y primera década del siglo XXI entraron por avión o carretera con todas las facilidades ante una expansión económica española que se derrumbó con la crisis de 2008. Sin embargo, los negros siempre han tenido que saltar la valla, coger una patera o cualquier otro medio precario para intentar llegar.
La inmensa mayoría de negros africanos que entran en España siguen camino hacia Europa (más rica, con más contactos). Aquí, en ausencia de papeles regulatorios, solamente pueden mantenerse en el comercio ilegal y la economía sumergida (manteros); en la caridad ("el negro de Mercadona") o en el tráfico ilegal de estupefacientes y la explotación sexual. Muy lejos de los sueños más que probables que tenían de un trabajo digno y remunerado que les permitiera prosperar y ayudar a sus familias en origen.
Sin embargo, estas personas, que son un número ínfimo de la población inmigrante, reciben todas las portadas, se habla de invasión, se les criminaliza y se piden medidas represivas de mayor contundencia. El racismo, el viejo racismo es el origen de esta discriminación.
Los movimientos migratorios son fruto de los cambios sociales, de los conflictos locales y generales y de la desigualdad real que existe en nuestro mundo. Y no hay una solución simple y mágica.
El rechazo al negro, para la mayoría de la gente que lo tiene, es fruto de la falta de un mínimo contacto y relación con alguien en esas circunstancias. Debes reconocer al otro como alguien como tú para establecer la mínima relación empática. La única diferencia entre un joven español que emigra a Alemania para desarrollar su carrera profesional y un negro que ha atravesado la valla para mejorar su vida es el origen y el color. Empecemos por ahí para entender los hechos y aceptemos que las sociedades son y serán cada vez más mixtas. Discursos simples, soluciones simples y brutales solo conseguirán una sociedad cruel. Parafraseando a Bertolt Brecht: "Primero se llevaron a los negros, pero como yo no era negro..."
NOTA: En África, la palabra negro no tiene ninguna connotación negativa. A sí mismos se llaman negros igual que a nosotros nos llaman blancos.
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