Las recientes noticias difundidas sobre el incremento de casos de sarampión en Europa durante el último año ha vuelto a traer al debate público los riesgos de que una parte de la población rechace voluntariamente la administración de vacunas disponibles.
El informe de la OMS establece que en los últimos seis meses ha habido 41000 casos de sarampión en adultos y niños en la región europea, multiplicando por 8 la cifra de casos de 2016. Casi la mitad de los casos (23000) han ocurrido en Ucrania, país que ha sufrido un importante desequilibrio de su red sanitaria debido al conflicto con las regiones independentistas prorrusas. Otros países que han tenido más de 1000 casos en su territorio son Francia, Georgia, Grecia, Italia, la Federación Rusa y Serbia.
Las razones de cada país para alcanzar este triste récord son diferentes. En un artículo bien documentado: El mito de los antivacunas ¿son ellos los culpables del megabrote de sarampión? de Antonio Villarreal aporta luz y datos sobre las diferentes coberturas vacunales o la aparición de casos en personas correctamente vacunadas. Crisis sociales y económicas, grupos étnicos marginales que no acceden a la cobertura pública de vacunas son las causas principales. En Italia y Francia, el problema viene de largo con coberturas bajas de vacunación o de segunda dosis de triple vírica como causa de la aparición de casos en adultos jóvenes.
Con todos estos datos, parece que los "grupos antivacunas" o mejor, el número de personas que rechazan vacunar a sus hijos porque los supuestos riesgos asociados a las vacunas son superiores a sus beneficios son minoritarios e irrelevantes a la hora de establecer culpables de este brote. Veo un problema de simplificación, tanto en la culpabilidad absoluta como en la exculpación definitiva y aquí no pasa ni ha pasado nada con esta gente.
Llama la atención que España está al margen de esta triste lista de casos, algo excelente para nuestro país. La razón fundamental está en el mantenimiento desde hace muchos años de una tasa de vacunación muy alta, lo que reduce la población susceptible y dificulta la circulación libre del virus por los movimientos turísticos procedentes de Europa.
Los datos numéricos son tranquilizadores y nos indican que las personas que rechazan voluntariamente la vacunación son muy minoritarios y están escondidos en los porcentajes no alcanzados de cobertura vacunal. Sin embargo, noticias como el estudio realizado en Barcelona encontraba 3000 niños sin vacunar en la ciudad de Barcelona por decisión familiar (un 1.5%) crea inquietud y maneja cifras que pasan de la anécdota. Desconocemos cifras globales o por autonomías. Culturalmente, el rechazo a la vacunación completa o selectiva va asociado a una mayor creencia en las "medicinas alternativas", por ejemplo, los adeptos a la antroposofía.
En mi propia consulta he tenido contacto con algunos padres que no habían vacunado a sus hijos por influencia de un contorno cultural proclive, y a veces, asesorados por médicos en ejercicio.
Podemos decir que desconocemos el número de las personas que mantienen esa actitud y que su impacto respecto a los riesgos es mínimo, pero no por ello, olvidarles, minimizarles o justificarles.
Si España tiene buenos resultados vacunales y la población que lo rechaza es mínima, es un éxito de todos. De cada profesional sanitario que avala y difunde la vacunación y de la divulgación científica y la "presión social" sobre lo negativo que es en términos individuales y colectivos el rechazo vacunal.
La historia de los "grupos antivacunas" es larga y los argumentos han ido cambiando. Es importante aislar socialmente a estos grupos, mediante el diálogo individual con las personas que lo defienden para argumentar y desmontar las razones por ellos argüidas y mediante la denuncia social realizada a través de medios de comunicación y redes sociales. Eso se lleva haciendo desde hace años y, honestamente, creo que es un factor que ha contribuido a que nuestras tasas de vacunación sean tan positivas comparadas con otros países.
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