Para romper el tono dramático, quiero incluir los comentarios de dos compañeros que pueden ser instructivos, sobre todo para las nuevas generaciones, y encuentren estímulo en sus palabras:
Ermengol Sempere. Médico de Familia de la Comunidad Valenciana.
Un día cualquiera. !Dios aprieta, pero no ahoga!Hoy ha sido un día de trabajo especialmente duro. Aunque visto desde la óptica de un médico de familia medio, no debería ser para tanto. Treinta y ocho citados, más seis pacientes urgentes al final de la consulta, cuatro pacientes intercalados de un compañero ausente de forma imprevista, más otros cuatro acompañantes que han aprovechado la visita para consultar y dos avisos a domicilio. Entro en la consulta a las 8,10 horas, dedico diez minutos a revisar análisis e informes. Comienzo a visitar el primer paciente a las 8,20 horas. A las 11,30 horas ya llevo un retraso de 50 minutos y empiezo a sentir una punzada de hambre en el estómago, la presión de cierto esfínter, los primeros síntomas de ansiedad y dificultad para concentrarme. Soy incapaz de resistirme, decido tomarme veinte minutos para una pausa con café y cruasán. Salgo del centro y entró directamente en la cafetería adyacente, ojeo en solitario los titulares del periódico, doy satisfacción a mis necesidades fisiológicas, y como había planeado, a los veinte minutos vuelvo a estar sentado frente al siguiente paciente. Al cabo de una hora comienzo a sentirme desbordado de nuevo, recuerdo que aún tengo pendientes dos avisos a domicilio de sendos pacientes míos incapacitados, y que son inaplazables. A las 14,15 hs me encuentro prescribiendo sertralina de forma automática e irreflexiva al último paciente siguiendo la sugerencia del médico que la visitó la noche anterior en el servicio de urgencia del hospital de referencia. Esta última visita me cuesta apenas seis minutos, ¡todo un récord!: he conseguido ajustarme a la cita prevista en el último paciente. Salgo raudo del centro de salud, de nuevo por la puerta trasera, pero esta vez para evitar encontrarme con los visitadores, pero también con los compañeros. No estoy para perder tiempo, me esperan mis dos pacientes. Arranco el coche y sintonizo música clásica para compensarme mientras hago el trayecto de apenas unos minutos. Pienso en el primer paciente que me espera en el domicilio. En realidad me espera su esposa, porque él tiene demencia y hace ya mucho tiempo que no me reconoce. De nuevo noto un nudo en el estómago, pero esta vez no es por hambre, me asalta el recuerdo de que hace unos días lo visite porque llevaba más de veinte días sin defecar. ¡Dios mío, seguro que tiene un fecaloma y me va a tocar extraerlo digitalmente en el mismo domicilio! La puerta de la casa se abre y me encuentro directamente con la sonrisa de la esposa, me informa que su marido ha estado defecando dos días enteros y que ya está mucho mejor. Respiro profundamente y comienzo a notarme relajado, me desaparece la ansiedad e incluso acabo sentándome a charlar tranquilamente con la señora. Reconozco al paciente, repasamos una serie de pautas y salgo tranquilamente hacia el segundo aviso, que finalmente resulta ser bastante menos complicado de lo que esperaba. A las 15,30 hs me encuentro conduciendo por la autovía de entrada a la ciudad, de nuevo con la sintonía de música clásica de fondo, y pienso que al final van a tener razón los curas con aquello de !Dios aprieta, pero no ahoga! Esto último lo deja en nuestras manos.Escrito bajo la influencia de la lectura aún reciente de "Sábado" de Ian McEwanErmengol Sempere.
Juan Gérvas. Médico General/Familia/Rural de la Comunidad de Madrid. Tomado de la lista MEDFAM.
Los recién graduados no quieren elegir lo que desconocen en profundidad, y lo que desprecian en esencia. Por ello no eligen Medicina de Familia/Medicina General. Pero no todo es ajeno.
Nosotros mismos no somos buen ejemplo. Olvidamos con frecuencia ofrecer amor, compasión y piedad ante el sufrimiento del paciente (¡incluso al paciente terminal!). No conservamos la dignidad en el trato con el enfermo y su familia, ni con los compañeros. La cortesía pasa de asignatura obligada a asignatura olvidada. Nos centramos en el diagnóstico, como si en ello nos fuera la vida. Tememos a la incertidumbre como si fueramos especialistas vulgares. No controlamos ni los tempos ni los tiempos en la consulta. Ignoramos cosas tan elementales como el daño del "control" de la fiebre. ¡Qué decir de la ignorancia, atrevimiento, ingenuidad e imprudencia de la cooperación necesaria con toda esa "prevención" peligrosa que bien demuestra el uso de las tablas de riesgo cardiovascular como tablas de decisión!
En suma, en muchos casos no somos ni sanadores ni científicos. Cambiar las cosas es posible.
Necesitamos autonomía, responsabilidad y autoridad. Todo ello se conquista en solitario con un trabajo digno, y colectivamente con un buen hacer profesional. Hablo de ello en
http://www.equipocesca.org/wp-content/uploads/2009/04/un- nuevo-medico-juan-gervas-2008.
http://www.equipocesca.org/organizacion-de-servicios/ 2015-el-dia-a-dia-de-un- medico-de-cabecera/
Y sí, en fin (pues la cuestión merecería mucho más).Juan Gérvas.
"Olvidamos con frecuencia ofrecer amor, compasión y piedad ante el sufrimiento del paciente (¡incluso al paciente terminal!). No conservamos la dignidad en el trato con el enfermo y su familia, ni con los compañeros"
ResponderEliminarQuerido compañero Gervas: Ni olvidamos nada ni perdemos ninguna dignidad. Yo por lo menos y aseguraria que el 95 % de los compañeros medicos de familia. Simplemente el estres de las catecolaminas que ademas de muchas otras cosas nos producen una reaccion patologica llamada "estres" hace que muchos A VECES Y SOLO A VECES nos comportemos como jamas nos hubieramos imaginado
Un saludo