El centro de la ciudad mostraba su congestionado aspecto habitual. En las calles más concurridas, donde se situaban los negocios de cambio de moneda, bancos y los edificios gubernamentales, el tráfico incesante de coches particulares, taxis colectivos, grandes todoterrenos de organismos internacionales y los omnipresentes boda-bodas, conseguían casi colapsar la circulación rodada. Y el aire, impregnado del humo de la combustión diesel, se hacía irrespirable.
Twebaze tenía que comenzar su trabajo de búsqueda lo antes posible. Solamente cobraría cuando los candidatos que él presentase fuesen aceptados en el club de boxeo. Y eso no sabía si iba a ser fácil o difícil. O si era posible tener candidatos. Su vida, antes de entrar en el orfanato, había sido muy dura, pero nunca había estado solo viviendo en la calle. Un padre desconocido, una madre muy pobre y enferma, una tía que le explotaba vendiendo cacahuetes entre los coches, cinco hermanos mayores con los que competir por la ración diaria de matoke. Ahora, no sabía nada de ninguno de ellos.
Con el dinero adelantado por Mbazazi, había contratado el boda-boda de Bumba para moverse por la ciudad y comenzar la búsqueda. El centro urbano tenía mendigos de muy corta edad. Dejados en medio de las aceras, solo conseguían limosnas, botellas de agua o comida de los turistas que cambiaban moneda o hacían compras. La indiferencia general, igual que en los países desarrollados, era la norma de actuación colectiva. Tras atravesar las principales calles, Twebaze y Bumba se dirigieron a los alrededores del centro comercial más grande y lujoso de Kampala: The Acacia Mall. Nada mejor que este centro comercial para observar las abismales diferencias entre la clase media y alta de Uganda y la pobreza de la mayoría. Sus tiendas, llenas de tecnología, confort, buenos alimentos, ropa de diseño y sus disco-bares, son similares a los de cualquier ciudad europea. Sin embargo, en sus alrededores, fuera de la vista de los guardias armados con AK-47 que vigilan el entorno, se situaban grupos de niños de la calle, a la espera de la salida de la basura que cada día generaba este gran centro comercial. En pequeños grupos, no más de 4 o 5, agazapados, casi invisibles, alejados unos de otros, se situaban tras la vallas desvencijadas de los edificios anexos. Twebaze y Bumba aparcaron la moto en el centro comercial y se dirigieron andando a las cercanías. Desde lejos, dirigiéndose al primer grupo visible, Twebaze gritó:
- Chavales, no os asustéis, no somos de la policía, quiero hablar con vosotros.
- No te acerques más - contestó rápidamente el más mayor, unos ocho años, de ese grupo.
- De verdad, no tengas miedo, solo quiero hablar y no quiero gritar - dijo Twebaze mientras seguía avanzando.
En un segundo, todos los chicos del grupo, más pequeños que el líder, salieron corriendo con sus pies descalzos a través de la sucia tierra, llena de plástico y charcos. El que había contestado, permaneció sin moverse, mirando desafiante a los ojos de Twebaze mientras acababa de acercarse.
- ¿Qué quieres? - preguntó con seguridad.
- Solo hablar de algo que te puede interesar, sobre todo a ti que eres más mayor y más valiente - le contestó mirando a lo lejos mientras se veía a los más pequeños correr velozmente.
Fue solo un segundo, una rápida maniobra para sacar del bolsillo un pequeño objeto, y poner en alerta el fino cuerpo del niño de la calle, mientras le decía:
- Si te acercas un solo paso más, te quemo los ojos - dijo mientras blandía una pequeña botella de cristal a la que había quitado el tapón de rosca que portaba.
Twebaze sabía bien lo que contenía esa botella: ácido de batería de coche. El arma favorita de los niños de la calle, demasiado pequeños para combatir con un cuchillo o navaja, demasiado pobres para tener un arma, demasiado desnutridos para pelear cuerpo a cuerpo con un adulto. Desde una distancia corta podían arrojar el ácido a la cara de cualquier persona. Algo que todos sabían que era muy peligroso. Tan peligroso como para no comprobar si podrían evitarlo o no.
Twebaze se paró en seco.
Para mí, absolutamente inesperado esto del ácido de baterías...No se me hubiera ocurrido, pero pensando en tantos abusos cometidos contra niños pequeños e indefensos,creo que es precisamente lo más manejable para ellos...Terrible realidad que les tocó vivir...¿qué futuro les espera?
ResponderEliminarMe ha gustado esta historia, y esperaré los capítulos venideros.