Te lo había dicho muchas veces. No comas tan deprisa.
Cada verano, un grupo de amigos del colegio, los pocos que nos habíamos quedado a vivir en la misma ciudad, organizábamos una paella campestre en el terrenito de uno de ellos. Camaradería, bromas, muchas cervezas, generoso vino, aperitivos, arroz, mucho arroz, helados de postre y un inmenso sopor posterior que aliviábamos dormitando en las sombras de los escasos árboles existentes. Todos comíamos mucho, todos estábamos rellenitos, como la mayoría de los varones españoles de edad media, pero Ramón, el más grande, corpulento y gordo, comía muchísimo y deprisa. Y cuando estaba excitado por las circunstancias, comía aún más. La fiesta acabó bien. A media tarde, cafés, muchos cafés para volver conduciendo en un estado aceptable ante las autoridades de tráfico.
Al día siguiente, estaba en la consulta, cuando recibí una llamada de Ramón:
- Estoy en tu puerta, por favor, mírame, tengo un dolor terrible en el ano y no sé porqué. De verdad, estoy hecho polvo.
Nunca me había hablado de que padeciera hemorroides, pero no era nada inusual que éstas debutaran de forma brusca. Cuando acabé de atender a varios pacientes citados, hice pasar a mi amigo que caminaba indisimuladamente apretando la región anal, y no era chiste, su cara de dolor era muy evidente.
- ¿Qué te ha pasado?
- Y yo que sé. Esta mañana, al ir al servicio me ha entrado un dolor de culo horroroso, casi me desmayo. Desde entonces me viene a ratos un apretón y unos sudores que te cagas. Bueno, ojalá. Yo creo que si hiciera de vientre me quedaría a gusto, pero no puedo.
No había mas que hablar, tenía que mirar lo que le estaba pasando en "sálvese la parte", como decían los antiguos.
A primera vista, el ano y sus alrededores no tenían nada anormal. No se veían hemorroides prolapsadas ni cualquier otra lesión. Sin embargo, al palpar con el dedo enguantado, toqué algo duro en el interior rectal.
- Tienes algo duro aquí dentro. ¿Qué has hecho? - dije con tonillo intencionado.
- Nada, te lo juro, yo no hago nada por ahí.
Había que hacer un tacto rectal en condiciones y averiguar la naturaleza de la "dureza" palpable. Lo que se tocaba en el interior era algo firme y cortante encajado en el esfínter anal.
- Tengo que sacarte lo que sea, aguanta, que te va a doler.
- Ahhhhhhhhhhh - dijo mi amigo de forma apagada para no asustar al resto de pacientes que esperaban impacientemente.
- Ya lo tengo, tranquilo.
¿Y que era el misterioso objeto? Tras lavarlo en el grifo, apareció ante nuestra vista la mitad de una estupenda concha de chirla que mi amigo Ramón había engullido en el festivo arroz de la víspera.
- Serás bestia, ¿cómo te has podido tragar la concha de una chirla? ¿es que no masticas?
- Estaba tan buena que comí un poco deprisa, dijo con voz aliviada tras extraer el cortante objeto del delicado ano.
Te lo había dicho muchas veces, no comas tan deprisa.