Lago en la región de Kasenda Foto original de Vicente Baos |
Comenzaba a amanecer cuando el todoterreno se desvió del camino principal para acceder a uno de los lagos más grandes de la región. Por un pequeño sendero, dejando de lado un hotel de lujo con pequeñas cabañas que se situaba en lo alto de la colina, accedieron a una playa despejada por la mano del hombre en el borde selvático. Mudos por la cinta aislante, los ojos de Twebaze y Nabulungi expresaban todo el horror del que está convencido que va a morir. Tagan y Mbazazi descendieron del vehículo y observaron los alrededores. No parecía haber nadie cerca.El Sol asciende muy rápidamente en el Ecuador y la instauración de la luz completa se hace en pocos minutos, lo que provocaría que todos los habitantes de la zona y los trabajadores del cercano hotel se pusieran en marcha en poco tiempo. Tenían que darse prisa si querían pasar desapercibidos.Soltaron la cadena que fijaba a los muchachos al vehículo, llevándoles al borde del agua. Tagan estaba frente a Twebaze.-Nos has jodido bastante bien, chaval. Por tu culpa estamos aquí ahora, pensando en cómo quitarte de en medio. Tenías que haber estado quieto, hacer tu trabajo, cobrar por ello y vivir tu vida. Pero, no, tenías que meterte a "salvador". Pero ¿qué te has creído? ¿que ibas a salirte con la tuya? -Me has cabreado bastante.Tagan cogió por el cuello a Twebaze y apretó con sus grandes manos al enflaquecido muchacho. Con la boca tapada por la cinta aislante y los brazos y piernas inmovilizados, Twebaze hizo poca resistencia y apenas se movió mientras la falta de aire acabó con su vida en pocos segundos. Aún así, Tagan siguió apretando su cuello más de dos minutos, dejándole caer al suelo desmadejado y muerto. Nabulungi respiraba rápidamente a través de su nariz y balanceaba su cuerpo ansiosamente sujeta por un brazo por Mbazazi. Tagan se dirigió hacia ella.-Y contigo ¿qué hacemos? pequeña Nabulungi -le dijo acercando su gran cara a la de ella. Le quitó la cinta aislante de la boca al mismo tiempo que hacía el gesto de silencio con el dedo índice.-Chsst, más te vale. Díme, ¿qué castigo te mereces? ¿quieres vivir o no? ¿quieres irte con tu amigo?La atemorizada Nabulungi no contestaba nada y evitaba la mirada directa de Tagan.-Bueno, lo decidiremos dentro de un rato, antes tenemos que ocuparnos de éste -dijo señalando el cuerpo de Twebaze. Sacaron plástico del todoterreno y envolvieron el cuerpo del muchacho. Introdujeron en el envoltorio varias piezas metálicas que rodearon con cinta aislante. Mbazazi se desnudó y se introdujo en el agua, arrastrando el cuerpo. A pesar del peso, éste aún flotaba. Nadó durante varios metros tirando del paquete, abrió una pequeña navaja que había sujetado con la boca y perforó varios agujeros en el envoltorio para facilitar su hundimiento. Al regresar a la orilla, preguntó:-Ahora ¿qué?Tagan se volvió hacia Nabulungi y le dijo:-Eres más valiosa viva que muerta. Todavía puedes dar juego y negocio, por eso no vas a morir hoy, aunque te lo mereces. Me has dado más problemas que ningún otro chaval, chico o chica. Creo que con todo esto has aprendido que no hemos venido a jugar y que te tienes que merecer lo que tienes cada día. Sé que es duro, pero si lo aprendes podrás vivir y no mal ¿entiendes?Nabulungi estaba tan aterrorizada que solo podía mover la cabeza afirmativamente sin articular palabra en su agitada respiración.-Pero aún así -y debes darme las gracias por ello- tienes que pagar un precio y va a ser tu virginidad. Mbazazi rompió con la navaja las ataduras de las manos y pies y condujo a Nabulungi a los asientos posteriores del vehículo. Le quitó la ropa, despacio, sin brusquedad. Nabulungi era incapaz de hacer ningún movimiento y parecía estar a punto de desmayarse. Tagan se echó encima de ella y la penetró sin esperas. Nabulungi no emitió el menor gemido, estaba en un estado de semiinconsciencia. Al finalizar, Mbazazi ocupó su lugar. Con un trapo sucio limpiaron los genitales de Nabulungi de sangre y semen.-Bien, ahora quietecita todo el viaje hasta Kampala -dijo Tagan mientras arrancaba el todoterreno y enfilaba el camino de salida.Según se incorporaban a los caminos principales, la normalidad fluía alrededor. Los niños, las mujeres, los hombres camino de las plantaciones, todo parecía tranquilo y cotidiano. Con la mirada perdida, Nabulungi se sentía incapaz de pensar. Pararon en una gasolinera para comprar alimentos. Nabulungi no pudo tomar nada y a los pocos minutos cayó dormida en el asiento posterior. Tagan y Mbazazi charlaban satisfechos.Antes de llegar a Kampala, Nabulungi se despertó. En ese momento, la carretera estaba bastante despejada y avanzaban a buena velocidad. Tras coronar una de las colinas de la ciudad, el descenso se hizo más pronunciado. Justo al tomar un cerrada curva, Nabulungi se abalanzó sobre el volante que sujetaba Tagan y lo giró bruscamente.
El paso de la vida a la muerte nadie lo conoce. Los vivos podemos imaginar lo que ocurre inmediatamente antes: el miedo, la angustia, el dolor, algo que se convierte en insoportable y finaliza bruscamente perdiendo la conciencia de ello. La no existencia, la no percepción de sensación alguna, positiva o negativa es la muerte. El sueño inducido por una anestesia, esos uno o dos segundos de percepción y abandono de las funciones cerebrales debe ser lo más parecido a la muerte. La muerte rápida o la muerte lenta inducida por un grave traumatismo no instantáneo, ambas finalizan igual. Es lo que ocurre antes lo que nos asusta.Nabulungi murió instantáneamente. Salió despedida por el cristal anterior del vehículo y recibió un traumatismo craneoencefálico severo. No sufrió, solo sintió como volaba atravesando el cristal delantero. No pensó si lo que hacía era lo adecuado o no. Solo quiso hacerlo. Sin odio ni ira intensa. Se había despertado y vio la oportunidad de destruir a sus captores y a sí misma. Y lo hizo.Tagan y Mbazazi también murieron. Lo hicieron con un cierto sentido de la justicia. Tagan se fracturó ambas piernas y fue perdiendo sangre lentamente dentro de su abdomen. Le dio tiempo a darse cuenta de que se moría, de que no iba a acudir ninguna atención sanitaria urgente que pudiera salvarle. El dolor fue muy intenso y duró lo suficiente para sentirlo con claridad. No tuvo sentimiento de rabia sino de incredulidad ante el hecho de morir por culpa de una muchacha que hubiera podido matar de un soplido. Mbazazi se incrustó entre los cristales del frontal del vehículo. A través de múltiples cortes fue perdiendo sangre. Cuando hizo un primer intento de liberarse, el desgarro en su piel fue insoportable por lo que permaneció quieto, ensartado y sangrante. Al morir y relajar su cuerpo, el cristal penetró aún más casi seccionando su tronco.Al vehículo fueron acercándose gente de los alrededores. Antes de que llegara la policía, cogieron los relojes, los cinturones, las carteras de los accidentados. Igualmente, hubo una pequeña pelea al encontrar un AK47 y una pistola por ver quién se la quedaba. Salieron corriendo inmediatamente después.Sobre la ciudad, el intenso Sol inundaba de luz las suaves colinas de Kampala.
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