|
Cometas
Foto original de Vicente Baos |
La fiesta tras la victoria de Nabulungi se estaba prolongando toda la noche. Hubo varios combates más, anodinos, sin la tensión y la sorpresa que había provocado la pequeña muchacha que había vencido al adolescente gigantón. Refugiada en el cobertizo que había servido de vestuario, reposando, aturdida y dolorida por los golpes, Nabulungi se había quedado sola. Todos estaban celebrando con abundante waragi y cerveza Nile Special el final de los combates. Música, alcohol, compañía femenina y toda la noche por delante.
Twebaze merodeaba, mirando desde lejos la zona donde se regocijaban los poderosos. Seguía pensando cómo salir de allí sin ser descubiertos. El recinto estaba alambrado y la puerta principal vigilada por un hombre armado. Solo podrían salir escondidos en algún coche cuando empezaran a irse los invitados. Aprovechando la poca luz que rodeaba el cobertizo, entró en él y se encontró a Nabulungi dormida, acurrucada como un animalillo herido en un camastro. Su cara estaba cubierta de un paño mojado con agua manchado de sudor y sangre que le goteaba por el cuello. Con la boca semiabierta, respiraba ruidosamente. Nada parecía capaz de hacerla despertar en ese momento.
- Nabulungi, no te asustes, soy Twebaze, no digas nada y escucha.
Sobresaltada, le costaba abrir el ojo que no tenía edematoso.
- ¿Qué...? ¿quién eres?
- Soy Twebaze. Escúchame. Tenemos que irnos ahora, cuando todo el mundo está contento y distraído. Es nuestra oportunidad. Salir de la casa de Nakasero Hill será imposible, siempre hay alguien que nos vigila. Aprovechando la oscuridad y la cantidad de gente, vamos a irnos. Lejos de toda esta gente. Nunca te soltarán hasta que te maten, de una manera o de otra, Nabulungi, créeme.
- Pero....ahora no puedo hacer nada, estoy agotada, no me tengo de pie, me duele todo, estoy muy dormida...déjame dormir.
- Voy a lavarte bien la cara. Tenemos que intentarlo, ahora o nunca - dijo mientras buscaba una toalla para limpiar la deformada cara de la chica.
A rastras, obnubilada pero obediente, Nabulungi fue llevada por los hombros hacia la puerta del cobertizo. Justo en ese momento, la puerta de la entrada comenzó a abrirse. Fue un segundo de tiempo lo que tuvo para girarse y ocultar los dos cuerpos tras un mueble. La poca luz hizo el resto. Tagan solo abrió parcialmente la puerta. Miró hacia el interior donde apenas se podían distinguir los objetos y quedó conforme. Imaginó a Nabulungi dormida, agotada y volvió satisfecho a la fiesta. El entrenador se había embolsado una buena cantidad de dinero. Había apostado la misma cantidad de dinero a cada uno de los boxeadores, sin embargo, la victoria final de Nabulungi se había pagado generosamente. A pesar de ello, había tenido que renunciar a una parte para mantener intactas las ganancias de los organizadores. Se merecía un festín de Nile Special con alguna de las prostitutas que había traído Mama Ji, se dijo así mismo.
Menos mal que habían sido pocos segundos el tiempo en el que Tagan abrió la puerta y miró, si no, el ruido de la respiración de Nabulungi y su propio jadeo nervioso les habría delatado. Siguió avanzando hasta la puerta que entreabrió sigilosamente. Solo se veía el resplandor, el ruido de la música y de la fiesta. Los que no participaban en ella, bebían bolsas de plástico de waragi en la zona que separaba a los ilustres de los sirvientes. Un muro transparente pero infranqueable protegido por una par de hombres con AK-47 en la mano.
Entre las sombras, Twebaze cargando con Nabulungi, se fue acercando al aparcamiento de coches. Todos los conductores habían dejado sus vehículos allí sin otra vigilancia. Deberían meterse en algún maletero de un coche que no fuera directamente de algún potentado. Entrarían en otra casa protegida de la que no sería fácil salir. Vieron un furgoneta del mismo modelo de los taxis de Kampala pero nueva y limpia. Debería haber sido alquilada para transportar algún grupo. Su conductor volvería después a su casa o a algún garaje normal. Desde ahí podrían huir fácilmente.
Twebaze recostó a la chica y abrió la puerta, corrió los asientos posteriores para ver el sitio disponible. El portón trasero estaba abierto. Había suficiente sitio para los dos, apretados y arrinconados por la caja de material que ocupaba un tercio del espacio.
- Vamos aquí, Nabulungi. Esperaremos dentro. No podemos arriesgarnos.
Semidormida, la chica se dejó arrastrar y acomodarse en su interior. Twebaze tuvo la precaución de no cerrar completamente el portón aunque lo pareciera desde fuera. Solo les quedaba pensar que este vehículo se fuera pronto, antes de que Tagan pensara en recoger a todos sus acompañantes y volver a la casa de Nakasero.
Después de dos horas en la misma posición, muy entumecida, Nabulungi estaba despierta y asustada.
- ¿Está seguro de que hacemos bien? Si nos pillan, Tagan nos mata aquí mismo - dijo temblorosa
- Hay que arriesgarse. Escucha, se oyen voces hacia aquí.
Un animado grupo de señoras se dirigía al vehículo. Eran esposas de algunos potentados que eran devueltas a sus casas, mientras que los maridos preferían seguir "hablando de negocios". Acompañados de un conductor y de un guardaespaldas se introdujeron en el coche hablando animosamente. No parecía importarles demasiado esta retirada.
Intentando controlar el latido de sus corazones, los dos prófugos suspiraron aliviados al ver moverse el vehículo y pasar la puerta de salida de la casa. Con los traqueteos normales de las carreteras de Uganda, doloridos por los botes, pensaron a la vez que habían tenido mucha, mucha suerte.